El “ego”, un yo superficial, caprichoso e inmaduro, repleto de pasiones descontroladas; aquello que hemos aprendido a ser a través del hábito y los años, el personaje que hemos creado de nosotros mismos y al que nos aferramos ante el más mínimo zarandeo en nuestro día a día; en ocasiones sale de su burbuja y se deja aconsejar.
Así que el “yo”, nuestra parte más intuitiva, más pura, se comunica con el “ego” hablándole de forma juguetona; aunque el campo de juego sea oscuro y no deje ver la claridad que hay detrás de la confusión, le sigue susurrando.