Texto (c) Flavio Crescenzi
Fotografías (c) Daniel Yáñez González-Irún
Postales cortazarianas (tríptico y tributo)
III
Luego de tallarle a la tarde una estatuilla de cristal en su borrasca, el domingo avanzó con su mesura ya por todos conocida. Cena familiar en lo de mi madre y su marido, dientes exhibidos como única expresión de la alegría y el choque de las copas rememorando la infancia del terror que nos invade. ¿De qué disfrazarse cuando todas las cejas del mundo se enarcan esperando que uno se explique en dos palabras? Yo opté por confundirme con un incienso de bordes trabajados, perderme en su humareda y contabilizar la alas que le crecen al hastío cada tanto. Mi madre es una buena mujer, por lo tanto no entiende muchas cosas, no vislumbra el estallido demencial de las retinas ni su proverbial admonición no del todo declarada. Ya cayó la undécima calandria, ya calló el pregón de los floristas; se yergue la noche como una capa enorme sin capucha y un eco de ciervos se lleva las palabras que no me he atrevido a detonar. Muy rico todo, madre. Muy buen champagne, amigo mío.