Texto (c)Flavio Crescenzi
Fotografías (c) Daniel Yáñez González-Irún
Postales cortazarianas (tríptico y tributo)
I
Mi gato asiste a cada uno de mis espejismos con un andar de músico de jazz en pleno trance. Se contonea en síncopa y aclara, tal vez con sus orejas, tal vez con su rabo ácrata y valiente, que para enteder el ritmo hay que tener algo de felino. Mi gato hasta comparte mis espejismos cuando puede. No ha dejado polilla viva en todo el perímetro que abarca el departamento en donde, por decirlo así, ambos vivimos. Pero no se conforma con insectos, en este preciso momento intenta atrapar las palabras que la tinta labra en mi cuaderno vuelto diario por capricho y sé que cuando fumo un cigarrillo con sabor a repostería de domingo, con todo y abuelas engripadas, con todo y té canasta, mi gato se esfuerza por ser ave de presa o cetrería para cazar, en pleno vuelo, el humo dormido que por voluntad divina siempre asciende. Y lo caza, más rápido que cuando yo mismo pretendo atrapar una imagen o seducir una metáfora. Mi gato tiene, además, la insólita habilidad de reconocer, por el timbre del teléfono, cuando sos vos la que me llama; se para a lado del aparato y vigila que no incurra en un exceso verbal o de los otros, en un escollo sentimental irremisible. Me voy haciendo la idea de que, cuando ya no resista más este torbellino de corazón que no manejo, tendré que cederle mi gato a alguien responsable, es decir, con corazón cardíaco y no con dos lagos como pecho, en donde el pequeño, pobrecito, corra el peligro de caer.