Goyo - 2007-05-08 00:00:00
Esta artista extrae esos cuerpos de debajo de la tierra, no sé si para ello abre tumbas o descerraja féretros o simplemente se trata de enterrados que estaban desaparecidos. El caso es que nos los trae e intenta que esa osamenta desconyuntada nos hable desde lo más frágil de su constitución porosa antes de que se convierta en polvo.
Imágenes que nos enfrentan con lo que consideramos que no somos nosotros, que son espectros pasajeros que algunas noches llenan nuestras pesadillas. Pero de lo que no nos damos cuenta, es que son contumaces y que forman parte de nosotros mismos, son las apariciones de nuestro espíritu, ése del que siempre hablamos y nos inspira, mas del que nunca hacemos uso pues desconocemos su función y finalidad.
Y esa contextura, aunque de espaldas y en escorzo, no deja de hablar, de advertirnos, de plasmar el rito de un destino que ya es inapelable. Nuestros ojos siguen cada una de esas articulaciones, que solamente son sabiamente sugeridas, y a medida que nos deslizamos por el tronco hacia las extremidades inferiores se van quedando en nuetra retina lo fugaz, lo efímero, ese espíritu que no sabíamos lo que era pero que ya está muerto.
La creadora, implacable, no nos permite otra opción que la visión de nuestro ocaso. Lo plástico se ha transustanciado en existencial y viceversa. Aquí ya no hay comunión sino desolación. Y lo peor de todo, desamparo.