Goyo - 2007-05-08 00:00:00
La actividad plástica latinoamericana siempre nos está sorprendiendo y en ese aspecto no deja de guardar un cierto paralelismo con ese famoso "boom" literario que en los años 60 dio lugar a al realismo mágico.
Algo hay de cierto ello por lo que vengo observando de los distintos pintores de esas tierras y que cuelgan en esta página, sin que por ello llegue a conclusiones definitivas pero sí aproximativas: no se trata de establecer ninguna tesis, ni mucho menos, sino de declarar que la creatividad estética que se detecta en muchísimos de los artistas de estos territorios desvela la doble dimensión que tiene lo visto desde lo real que mide y pesa nuestros pasos y las calles cuando doblamos las esquinas, muchas veces sin verlas, y lo imaginario desde, no la irrealidad, sino otra realidad, la que se condensa en un mundo que se confunde con el sueño, la utopía y la otra mirada. No se trata de surrealismo, ni de simbolismo, ni del pensamiento cartesiano europeo preguntándose siempre por sí mismo, intentando que la forma sea nuestra razón de ser.
No, se trata de agarrar la leyenda y el mito de los que forman parte y hacer otra vida con ellos. Se quieren mover en coordenadas de otras existencias, las auténticas, ésas que llevan siempre máscaras que sirven para reconocernos, para centrar nuestro devenir en la satisfacción y consumación de una sensualidad y un goce por encima de falsas quimeras, de éxtasis sin cilicios, de encuentros turgentes.
Este pintor representa esa epifanía, quizá la magnifica demasiado y comte ciertos abusos, pero nos ofrece una imagen que a su vez se convierte en palabra y ésta a su vez se transforma en la luz que habla y nos deja con la vista mecanografiada en el lienzo.