Goyo - 2007-04-12 00:00:00
Aparentemente es el retrato de un ente o incluso de un ser, vendado y metalizado su busto y entrecruzado por miles de venas y vetas, del que buscamos signos, es decir, cosas que nos miran mientras nosotros las miramos. Tenemos necesidad de conocerlos por amor, miedo, odio, soledad, compañía, deseo. Y en este caso tratamos de dilucidar el misterio que hay detrás de esa máscara, ¿o es que es así?
Su creador define bien los contornos gracias a la facilidad y flexibilidad que permite el dibujo y utiliza una modulación abstracta en blanco y negro para no revelarnos más que aquello que considera imprescindible, pero también, en el marco de esa composición organizada por tensiones horizontales que dan posición y fuerza al rostro vertical, nos presenta una alegoría: la que de que el sujeto que nos observa y hace de espectador es ese ente que nos contempla a través de esas ranuras en forma de ojo. Se han invertido los papeles. Nosotros somos su objeto, sobre el que ejerce el dominio de su secreto, el que reside en nuestra falta de conocimiento sobre él.
Subyuga y al mismo tiempo desconcierta y desasosiega ya que no podemos asegurar su humanización, y también puede ser fruto de un delirio que ha creado un robot de madera y metal con visos de predicción amenazadora.
Quizá el artista modeló lo que vino a su subconsciente y no se preguntó sino que reflejó su resultado. Hasta podría ser él mismo, su autorretrato, visto desde sus tinieblas; o la faz de un Cristo todavía vivo en la cruz.
En definitiva, obra muy interesante que augura una serie a tener en cuenta.