Huellas indelebles y nucleos de maderas nobles que preconizan una personalidad que no cede ante el tiempo en su coherencia. Así veo la obra.Gracias por hacernos participe de ellas Piedehierro
Piedehierro, artista generoso y de honda raíz humanista, concibe en esta serie de bustos una forma de escritura que antes buscó los términos de una proclamación escrita y después los contornos y modos de una cruel lección, que es la que en definitiva nos ha expuesto.
El se sitúa ante sí mismo como ser-resumen para descarnarse y negar el rostro, convirtiéndolo en la faz del hombre "nuevo", el surgido de la destrucción, el numerado con una ficha policíaca, el que modula sus facciones con una geometría de líneas que estructura el semblante postnuclear de una sinrazón (manchas como redes, vendas, partes de una materia esponjosa, hasta nauseabunda).
Piedehierro nos hace partícipe de sus preocupaciones y de sus reflexiones pero con tal escepticismo que podemos considerar que estos iconos son como un legado que deja para el futuro. Una visión predictora, entre lo científico y sus consecuencias y lo humano y su despiadada irresponsabilidad.
Y quiere ser tan penetrante que no nos ahorra una constitución frontal que atrae hacia un primer plano estas caras de tal forma que no nos podamos escapar de su contemplación. Y tampoco nos libra de un dibujo frío, helado, tenebroso, que nos atrae al mismo tiempo que nos repugna. Parece que nos miran aunque están ciegos; son casi como un reverso agónico.
Un pintor puede tener varios objetivos centrales en la prosecución de una obra, desde los más puristas plásticos a los que consideran que los hitos de su tiempo, de su contemporaneidad deben formar parte en la misma. Este es el caso de Piedehierro, hacedor de una obra que es un lamento y también un grito sobre la condición humana, que él tiene la virtud o la desgracia de saber expresar con esa angustia y resignación.