Casi toda la obra de esta pintora gira alrededor de la figura humana. Ella es su inspiración y medio de expresar en distintas imágenes y composiciones lo que el cuerpo humano le suscita, fenómeno sobre el que ella centra toda su atención.
Y lo que nuestra mirada capta es un tratamiento tenue, lineal y versátil, fruto de un sobresaliente dominio técnico, de una forma sobre la que ejerce una necesidad de desplegar un imaginario del que nos lega una visualización marcada por la crueldad unas veces veces, el sufrimiento otras, la soledad, la angustia, incluso el desdoblamiento. El cuerpo como compendio y definición de su vulnerabilidad y fugacidad, también como un objeto de dudoso destino.
El, por lo tanto, es la materia, el ente sobre el que aplica y nos resume a su manera, con su lápiz o pincel, años de tradición estética y de encuentros de nosotros mismos con una réplica que nos humaniza y también puede horrorizarnos.
En definitiva, no es pintura de grandes alardes escenográficos, al contrario, pretende que la representación, a través de tonos pálidos, nos llegue al modo de un enigma plástico que cuando nos detenemos antes ella nos descubre todo su poder.
Iconografía sensible, perturbadora y absolutamente necesaria. Nos acerca a nosotros mismos, a lo que encerramos en nuestro microcosmos espiritual, frecuentemente aprisionado en un nicho.