El poder simbólico universal se trasciende por el águila, la ligera travesía del ritual, amarra nuestro motor sanguíneo, al ofrecer ajenamente la vida y el corazón a los dioses, en el trascendental oficio cultivado por cada comunidad, se ingiere y rinde cada culto, al acorralar nuestros impulsos por la rendición e idolatría del animal