Goyo - 2007-03-28 00:00:00

Las cosas, ante el hombre, pueden aparecer en una de estas tres formas: como muros, en cuyo caso se produce el fenómeno de la incomprensión, de la angustia, de la inutilidad del objeto ante el sujeto; como espejos, lo que se da en el mito de Narciso: no tiene verdadera existencia sino el hombre, las cosas existen para ayudarle a sentirse y a comprenderse a sí mismo; o como ventanas, que es cuando los objetos adquieren existencia propia, pero sólo como puentes para un lanzamiento hacia las profundidades del ser (Cirlot).

Pues bien, este artista nos coloca ante una ventana, para lo cual propone una obra polisémica, abierta a múltiples significados que dimanan de esa representación, que son como diagramas que subyacen a un planteamiento estético basado en las siguientes premisas:

a) un virtuosismo técnico insuperable tomado de la visión fotográfica.

b) un sentido de lo panorámico con una escenografía colosal, operística, que ha nacido con el propósito de impactar, de hacernos entrar en el círculo de una imágenes que despliegan una visualización fascinante.

Sobre esa fascinación y ostentación visual el pintor establece la contraposición del mundo del ser humano, visto en su desnudez, languidez y belleza, con el planeta de la gran máquina, con su presencia aterradora, amenazadora, mastodóntica, quizás engendradora de destrucción.

Las relaciones de esa contraposición son múltiples, pues tratan de la interconexión entre paisaje (siempre arenoso, rocoso, marino), ser humano (preferencia del personaje femenino) y máquina.

Incluso diríamos que estamos ante un escenario de ciencia-ficción, de un ámbito narrativo que se escribe en un lienzo porque así alcanza mayores cotas de expresividad y de elocuencia. Su punto débil quizás se encuentre en un cierto exceso de espectacularidad.

Lo que sí es cierto es que estamos ante un trabajo de gran envergadura y con una formulación estilística original.