Goyo - 2007-05-25 00:00:00
Ulibin, con su gran virtuosismo técnico, nos impresiona con sus imágenes de ciencia-ficción. Utiliza el óleo como un instrumento de precisión, casi de forma científica, que le sirve para introducirnos en una perspectiva no habitual, no hollada por nuestra imaginación dentro de este ámbito estético.
Autor polisémico, en esta obra descubre lo endeble, indefenso y solitario de la infancia ante un armatoste que parece llegado de otra dimensión. Entre ambos un cielo y mar planos, actuando éste ultimo como un elemento de mediación entre ambas soledades: la naturaleza humana en su más precario emblema y la máquina. Y nos desconcierta esa calma, ese sosiego que se produce entre estos dos islotes, totalmente asimétricos, factor este último que nos induce todavía más a encontrar una atmósfera de magia, de irrealidad.
La representación peca de aparatosa aunque efectiva en cuanto a la meta que persigue, se corresponde conceptualmente con una simbología estética de finales del siglo XIX, le da un sentido contemporáneo y futurista y plantea una realidad que nos es más cercana de lo que pensamos.
Alegoría o no, es indudable que esta obra y la serie de la que forma parte responde a ciertas cualidades o características visionarias.