Goyo - 2007-01-26 00:00:00
Pintor nacido en Michoacán, donde se celebra la mundialmente famosa fiesta del día de los muertos, expresa en su quehacer artístico aquello que afirmaba Vicente Aguilera Cerní: "el valor originario de toda obra humana pertenece tanto a la ética como al conocimiento. Lo demás -la estética y compañía- viene después".
Pues bien, en este trabajo se funde un deseo de abrir a nuestra mirada y a nuestra consciencia el tiempo histórico presente, el deseo de conocimiento, con un ejercicio de trasposición de estas barreras hasta construir y concebir otra realidad: la postnuclear (ética).
Semblanza trágica y dolorosa de nuestra humanidad, víctima de su propia incontinencia y de una violencia que trata de borrar los rastros, las huellas de una comunidad.
Para estructurar ese mundo plástico crea una fantasmagoría entre realidad e irrealidad, una vuelta al origen, a la pintura en la piedra, en muros devastados, con seres infrahumanos señalando la irracionalidad de lo que precisamente les identifica.
Pintura de desesperación, de atalaya del abismo, es quizá su autenticidad la que nos hace evocar de nuevo a Aguilera: "lo que importa no es la tribuna desde la que se habla, sino la forma y el contenido de ese mensaje. Lo que importa es la seguridad de hallarse sumado a las causas justas, inserto en una escala donde los valores estéticos son inseparables de los valores humanos".
En este pintor, más allá de toda axiología, se constata esta unión inseparable.