Goyo - 2007-01-23 00:00:00

Estamos ante un pintor de la magia, la que quiere indicar que el misterio no desciende al mundo representado, sino que se esconde y palpita detrás de él (Franz Roh). ¿Y cómo lo hace? A través de unos colores fríos, calculados, tenues, que envuelven la escena en una sedosa bruma, en unas figuras estáticas, enigmáticas, morfológicamente extrañas pero no amenazadoras dentro de una composición muy cuidadosa donde los distintos elementos convergen en ese imaginario tan irreal.

Nos invita a soñar, a salir de nuestra realidad exterior para adentrarnos en nuestra realidad interior, a descansar la razón para navegar en la fantasía. 

Se notan (no en vano es un pintor latino) las diferencias conceptuales y estéticas con los realista mágicos nórdicos (Cirlot) aunque sin restar un ápice a sus valores comunes, como es el ambiente brumoso, las lejanías, en este caso más espaciales que musicales, los tabúes y misterios emanados de una naturaleza prodigiosa, conformando un submundo de ensueño, inciertamente tétrico, maternal y recogido.         

Es una pintura también narrativa que nos remite al gótico y a las leyendas, sin por ello abandonar lo que hoy es también una iconografía visual exhibida en otros medios audiovisuales.