En esta serie me propongo mostrar una contraposición que existe en las ciudades. El espacio habitado por los individuos anónimos tiene signos del paso del tiempo, de desgaste. Paredes casi informalistas aparecen yuxtapuestas a la pulcritud de la imagen publicitaria, una contaminación visual que no deja rincones sin invadir, sin cubrir. Los rastros de lo humano se vuelven cada vez más pequeños y relegados. Sus representaciones de lo sensible son tapadas y desplazadas siempre a un plano más y más lejano. Brillo y opacidad. La percepción de estos espacios se reduce a fragmentos, facetados por la velocidad al andar.