Goyo - 2007-01-22 00:00:00
Decía Aguilera Cerní que el impulso de comunicación y aportación se convierte en un deseo frenético de afirmación personal, de violenta exaltación egotista.
Este pintor siente ese deseo y para ello utiliza un gesto airado, una gestualidad que reivindica una forma atormentada, unos rostros deformes y crispados.
¿Una revelación de la deshumanización o una introspección sobre si mismo y su propia creación?
Lo cierto es que la fuerte expresión que impone a estos retratos -herederos de las corrientes de los años 60 y éste en concreto, de Antonio Saura- quieren establecer un nuevo signo de reconocimiento tanto social como histórico presente de un entorno humano con el que nos cruzamos todos los días y que nos obliga a cargar paulatinamente con dos ejes autodrestuctivos: la soledad y la violencia.
Esquematizar, pues de eso se trata, con esos trazos la creación de un objeto plástico nos invita a reflexionar con la mirada y evaluar a través de su discurso formal un contenido que exige una llamada de atención a la disociación con nuestro mundo, a la degradación de nuestro medio, a un existir en contra de la vida. Es esa fealdad, convertida en icono estético, la que nos acosa y acongoja.
Esta obra es significativa en los aspectos citados pero requiere una elaboración más ensimismada que deje de ser la continuación demasiado explícita de un itinerario ya muy concurrido. No dudo que podrá conseguirlo porque la metodología y el procedimiento ya le son propicias, conservan el ensamblaje preciso. Ya solamente le falta la exasperación precisa y la ordenación del proceso generativo.