No hace mucho, la forma de compartir, registrar y evidenciar nuestros momentos se llevaba acabo mostrando una serie de hojitas en su gran mayoría de 9X13 cm. que contenían imágenes de nuestras experiencias, situaciones y recuerdos. Recopiladas en álbumes cuidadosamente empastados se encontraban ampliaciones en papel fotográfico de imágenes alusivas a diversos aspectos de nuestra vida. Antes de llegar a los álbumes estas fotografías pasaban por un proceso químico especializado que debía ser ejecutado por un laboratorio para lograr las anheladas ampliaciones. Esta situación ha cambiado drásticamente debido a la llegada de la imagen digital y toda la parafernalia tecnológica que la contextualiza; hoy en día nuestras imágenes ya no existen pegadas en las hojas de los álbumes sino en las memorias de nuestros computadores, cámaras, celulares, agendas electrónicas, dispositivos MP4 etc. Si las deseamos observar, accedemos a la opción de visualización de imágenes de los aparatos en cuestión y de inmediato la pantalla nos las muestra. Si las deseamos compartir basta con exportarlas vía bluetooth o infrarrojo, enviarlas por correo electrónico o mensaje de texto, publicarlas en páginas de interacción social o almacenarlas en dispositivos magneto-ópticos: flash USB, MMC, SD, Mini SD, Micro SD, Memory Stick, Transflash, Cd´s, Minidisk, etc.
Surge entonces la pregunta: ¿Hasta que punto se hace necesario hacer una copia en papel de las imágenes, si todas pueden ser visualizadas, compartidas, divulgadas, accesadas o modificadas en pantalla inmediatamente después de capturadas? Esta característica de la visualización y manipulación de la fotografía en la actualidad no termina en el acceso de las imágenes a través de las pantallas. Además de la imagen capturada, podemos ver a su alrededor un número determinado de opciones e información que actúan directamente sobre la imagen, ampliando la contextualidad de esta última con convenciones de diferente genero. La antigua ampliación o copia fotográfica no nos ofrecía otra función mas que el soporte de la imagen, ahora dependiendo del programa de edición y del aparato, podemos visualizar las alternativas que tenemos de manipular la imagen: avanzar a la siguiente imagen, cambiar nombre, visualizar formato y peso, retroceder, borrar, copiar, mover, girar, archivar, recortar, contrastar, aplicar efectos, marcos, distorsiones, etc. La imagen se encuentra sometida a una compleja gama de aplicaciones e intervenciones que actúan sobre ella directa e inmediatamente.
La función de las imágenes también ha cambiado, ahora no solo son empleadas para ser contempladas e incluso han dejado de ser empleadas como registro de un acontecimiento, ahora hacen parte de un entorno multimedia en el cual la fotografía sirve también como protector de pantalla, fondo de pantalla, papel tapiz, icono de función informática, emoticon, identificador de llamadas o contactos de mensajería instantánea, etc.
La anterior es una problemática totalmente acorde y coherente con la evolución tecnológica de la sociedad, por tanto es lógico que las formas de producir imágenes respondan a los cambios sociales y tecnológicos que se han presentado en las últimas dos décadas. De hecho el cambio de lenguajes gráficos y el cambio de comportamiento de la sociedad frente a estos se ha dado durante todo el desarrollo de la historia pictórica hombre. Continuamente se han presentado eventos tecnológicos que tienen un efecto directo sobre la cultura visual del ser humano y frente a los cuales el lenguaje de las imágenes adopta características especificas diferentes de lo que hasta el momento venia siendo “tradicional”: “(…)cabe pensar que, igual que la imprenta en el siglo XIV y la fotografía en el XIX tuvieron un impacto revolucionario sobre el desarrollo de la sociedad y la cultura modernas, hoy nos encontramos en medio de una nueva revolución mediática, que supone el desplazamiento de toda la cultura hacia formas de producción, distribución y comunicación mediatizadas por el ordenador.”