Goyo - 2007-01-29 00:00:00

La actividad artística, para ser auténtica, requiere una indagación, una inquisición constante, sobre la realidad que nos abruma. El artista se encuentra inmerso en una sociedad que pide respuestas a un presente que no tienes otras que la pobreza, el hambre, la violencia o la miseria. 

Y esa interrelación entre conocimiento y verdad, entre responsabilidad y arte, deviene en el ejercicio y la definición de una estética personal que afronta la angustia y la desnudez de uno mismo bajando hasta los últimos rincones de ultratumba.

Este pintor bucea en ellos y después sube para relatarnos, a través de su visión, su forma, su morfología, en suma, la representación de una pesadilla que el vigor de la representación obtenida nos estalla ante la mirada, donde el blanco y el negro actúan como factores de retralimentación de la imagen, símbolos de la figuración moldeada a base de una deformidad física y moral,  matriz de su propio destino. 

Este autor, además de estar dotado de excelente recursos técnicos, es valiente, y apuesta por trasladarnos a sus horrores, que también son los nuestros, nos atrapa sabiendo y entendiendo que las contradicciones de la condición humana, claves para ir más allá de la superficie de la propia obra de arte, nos obligarán a interiorizar y a procesar una revelación en principio irresoluble.