Goyo - 2007-04-26 00:00:00
En la obra de este artista, especialmente en la acrílica y parte de la digital, se advierte la primacía de la inmensidad dentro de lo que podíamos considerar un ideario postromántico, o por lo menos, a mí me lo parece.
Las líneas tal altas del horizonte que se repiten en el conjunto de su trabajo abren un espacio sublime, incluso crepuscular, como un reflejo del yo, un yo que quiere estar siempre inmerso en un proceso de liberación, proclamarse autónomo y soberano, libre de angustias.
Y por otro lado, la tenue suavidad de la gama cromática pone de relieve ese cosmos subjetivo que pretende integrarse en lo maravilloso, en lo fantástico. El tiempo se ha congelado en un momento indefinido, de la tierra se levanta una montaña/faro/símbolo de eternidad, y también sentimiento de la soledad del hombre en su infinitud.
Pintura donde el componente espiritual tiene una honda dimensión, una estructura que conjuga contenido y forma sabiamente, lúcidamente, que se dirige a nuestro yo más íntimo para obtener la mirada que se evade hacia esos vastos infinitos, los mismos que se plasman y hacen realidad nuestros pensamientos.