A lo largo de la Historia, el individuo toma conciencia del universo de su mente y de su alma, territorio complejo e intangible donde las emociones se imponen a todo saber racional, a toda filosofía, a toda religión. Afrontar este enigma interior de contradicciones, impulsos y temores, engendra interrogantes de cómo se debe vivir.
La aceptación de las propias emociones supone a veces adoptar conductas y modelos de vida incompatibles con los valores establecidos, e incluso con nuestro pensamiento y moral. Vivimos en una ambivalencia permanente entre lo que pensamos y lo que somos a través de la mecánica emocional. Los humanos, lo queramos o no, nos hemos especializado en la contradicción, en la mezcla de emociones contrapuestas.
Podemos amar y odiar al mismo tiempo. Sentir éxtasis y tormento en los límites ambiguos de la psique. El caos interior se hace patente. El resultado puede ser devastador. Nuestra reacción inmediata será ignorar esta complejidad y ahogar todas estas emociones incómodas en un mar de frialdad y olvido. Asistiremos a la metalización del alma. Sin escuchar a los demás, ni escucharnos a nosotros mismos, nos convertimos en gélido metal humano.
No hay caminos rectos, ni respuestas fáciles. Ni podemos vivir al margen de nuestro laberinto existencial. Nuestra mente, nuestra alma, buscan incesantemente una salida. Y es en la búsqueda de esa salida donde el hombre descubre la puerta de la creatividad. Abrirla y atravesarla significa viajar en pos de la búsqueda. El creador parte hacia la utopía del Arte.
Sólo el artista, con su alquimia que convierte la angustia existencial en reluciente materia de expresividad, sabe encontrar el grial de la belleza, copa balsámica que atenúa los males del alma y que tan generosamente nos invita a compartir y a comunicarnos. La obra de arte deviene el punto de encuentro de ese proceso casi mágico.
Pons Tello
Pintora