Goyo - 2006-12-06 00:00:00
Este pintor ecuatoriano nos introduce de lleno en la iconografía del universo concentracionario del horror y de la alucinación. Forma parte de la terrorífica huella que deja la visión de la existencia destruida, la tortura, el espanto y el dolor.
Un magistral antecesor, Francis Bacon, expresaba su intensa inquietud y miedo con una figuración surgida desde estos mismos presupuestos pues estos iconos son reflejo de la propia soledad del creador, soledad fantasmagórica y alucinatoria, fruto de sueños rotos y atormentados. Y otro, Goya, no menos genial, nos iniciaba en esa contemplación.
La eficacia de estas imágenes retratros reside en su simplicidad, en su paradójica falta de forma que es al mismo tiempo la descomposición de la negrura, del abismo en que se encuentran. Somos habitantes cuya vida transcurre colectivamente, nos vemos, nos escuchamos y en cambio somos incapaces de compartir y conjurar nuestro íntimo sufrimiento y nuestro pavor. Porque el infierno, pensamos, son los otros.
Y esta mirada siempre estará presente y nos evoca un mundo en que la condición humana se empeña en exterminarse, en no darse tregua, en extinguirse, en definitiva.
Esta obra quedará como parte de este tenebroso legado.