Humberto nos sigue sorprendiendo. Ha dado otro paso y ha endurecido y metalizado su imaginario plástico. ¿Se lo está pidiendo su isla?
Pero la luminosidad de los laterales apacigua a esa criatura, mitad hombre, mitad ser legendario, que con su ojo de perfil nos incrimina y paraliza. Hay una cierta proclamación escultórica de lo que es físicamente pintura, una cierta entronización que después de tanta historia y tanto tiempo transcurrido se hace visible para dejar constancia que el mito no desaparece, siempre nos está vigilando.
Es un desarrollo en la pintura de este artista que no esperábamos, que se ha despojado de sus marcas, de sus símbolos para hacer más plástica una vertiente que enlaza, me atrevería a decir, con Lam, con la imaginería ancestral afrocubana, aunque con un planteamiento que no anule lo que ha sido su mundo de referencia.
De todas formas, es una propuesta que, propia de un consumado maestro, oficia una revelación original, plena de sugerencias y de hallazgos y que requiere un mayor alcance.
Estamos ante una obra en la que el rito y la ceremonia misteriosamente tienen su representación y su altar. Bienvenida sea.