Goyo - 2007-01-09 00:00:00
Desde Kandinsky hasta hoy se han pintado miles de abstractos, se han definido varias corrientes que interpretan y vuelven a reinterpretar los inicios, se han formulados y reformulado otras vías de conjugación del mismo, en resumen, que ya es casi como un tratado donde se ha aposentado una versión académica y pivotando sobre la misma miles de encrucijadas. Pero no por ello ha dejado de seguir viva esta tendencia.
En el caso de este autor existen ejes que se cruzan y hasta se confunden: el abstracto sin más y la figuración que late en el fondo del mismo.
La densidad y modulación cromática nos incitan degustar un universo plástico lleno de vigor, de exaltación, de alegría y hasta de fuerza. Pero adentrándonos en el lienzo vemos como en el interior de ese mundo pululan entes, seres, que buscándose y mezclándose, consiguen imbuir en la representación un escenario en movimiento, un entramado generoso de diálogo entre las distintas formas, de encuentro del espectador con ellas y casi dentro de ellas. Parece que es el el efecto buscado: no únicamente la contemplación, también la participación, el integrarse en perspectiva global.
Se palpa sabiduría en la forma de concebir el engranaje, no tanta en la ejecución de poderoso marco de ideas.
Se perciben influencias, se hacen homenajes, se evocan otras ideas, sin que ello sea óbica para construir una obra personal, todavía en crecimiento, en fase de definir el momento culminante, pero de todas formas consistente.