Pons-Tello - 2008-05-03 00:00:00
Mirar una estrella nos hace elevar la barbilla y los ojos. La mirada transciende. Hay algo encima de nosotros, algo extraordinario que vale la pena contemplar con detenimiento en la serenidad de las noches cristalinas.
El reloj se para en un enorme paréntesis de calma. El mundanal ruido cesa y el único compás que oímos es nuestro propio latido. Música de sangre, consciencia de que existimos ante la inmensidad de todo.
Observatorios humanos, intentamos discernir el mapa del universo, sus rutas secretas, su geografía misteriosa... Intentamos situar nuestro rastro en mitad de las constelaciones, nuestro origen incierto, como hijos de las estrellas que somos.