JORGE-ERNESTO - 2008-09-09 00:00:00
Un prado luminoso que se esfuma en la distancia, nos deja una estampa florida con luz de medio día, que le sirve de refugio sereno al tiempo que detiene su trepidar, para que las flores silvestres amarillas y violetas nos dejen un canto de color, mientras la luz se recrea avivando los colores de primavera para que el ojo se quede extasiado con el embrujo de tan bello florecer.
Para Felciuc, el paisaje es una pequeña parte en el hábitat del amplio repertorio de su pintura; dentro de la cual, su visión del arte, desencadena una fuente de inspiración con vocación nostálgica, que le lleva a tener como referencia paisajes frondosos de su tierra, llenos de color y sobre todo llenos de luz.
En esta obra, Dumitru Felciuc consigue con diversos tonos de color amarillo y verdes un cromatismo armonioso, una sinfonía que merodea los tenues destellos del color en su huída hacía la luz; logra en la composición, una luminosa suavidad relajada en su juego con el óleo, para ello se sirve de una pincelada certera que nos deja un paisaje lleno de frescura.
Felciuc, no se abstrae del momento del día que queda reflejado en el lienzo; la luz suave que tamiza los tonos y la luz fuerte que desdibuja la forma difuminándola, se encargan de atrapar el momento y dejarlo quieto para que el observador entre en contacto con él.
Pintar la luz y la atmósfera como fuente de la naturaleza, es un cometido fascinante para quienes gustan de hacer volar la imaginación a través de un hermoso paisaje como este.