Goyo - 2006-11-03 00:00:00
A un gran pintor siempre le supone un reto tomar las obras que ya son casi una leyenda y transformarlas en un intento por dejar que la tradición continúe.
Bañistas como éstas ya estaban en el renacimiento y después en el barroco. Pero quizás la más famosas sean las de Cezanne y Matisse sin olvidar a Picasso.
Este pintor, a través de este obra, vuelve a recrearlas, a imprimirles su sello, a dotarlas de otra aura pero sin perder su significado histórico.
El resultado es sobresaliente, acentúa la monumentalidad, los volúmenes, recarga la expresividad y diluye la tonalidad, hasta constituir casi un fresco. Pero no hay alegría de vivir sino tristeza, o eso percibo yo. Ya no es cántico a la vida sino la ceremonia meláncolica de un baño que las haga vivir.
Enhorabuena.