Con austeridad se despliega este amanecer en el que la luz, matizada, brota de la profundidad de la materia para cubrir de magia visual esta franja del día.
Este pintor, con claro dominio del procedimiento, tiene un agudo sentido de la iluminación, de la gracia para captar la espontaneidad y fascinación de un paisaje que no busca una evocación de la vivencia exterior sino el hechizo de una experiencia que se produce en el interior de nuestro pensamiento.
La suave gradación de las gamas tonales, la yuxtaposición de las capas cromáticas, su disgregación a lo largo de la superficie, su delicuescente despliegue en islas que se encadenan como organismos vivos y que plácidamente reposan sobre un espacio, es lo que postula esta visión heredera y renovadora del impresionismo.
Y además aporta el planteamiento y proclamación propia de los grandes paisajistas españoles -Beulas, Martínez Novillo, etc.- de la horizontalidad como medida en la que ha de estructurarse plásticamente, recurso que permite percibir la lógica de ese sutil movimiento consustancial a la intencionalidad pictórica de la obra.
En definitiva, tales rasgos denotan una facultad para la concepción de la pintura como un arte de contemplación sensible de la naturaleza, de su encanto finisecular y de su belleza casi tráslucida.