Este cuadro de Humberto es como un vestigio apocalíptico religioso de lo medieval. Mejor dicho, es una recreación esquematizada de aquellas escenografías donde la cruz, el bien y el mal monopolizaban las preocupaciones intelectuales de la época.
No hay merma ni pérdida de su estilo y originalidad, hay simplemente un trabajo que representa a través de las imágenes un simbolismo; para ser más precisos, nos retrotrae a un mensaje simbólico procedente del origen del Cristianismo pero que continúa presente.
La configuración plástica de la que hace gala -verticalidad y alargamiento de cuerpos, estructuración de tríptico- no los transmite con toda la fuerza, no nos ahorra extravío en la visión que nos inunda y hace que nuestra mirada saque todo el provecho de una representación que es la alegoría de un particular vía crucis.
No obstante, al ser una obra cargada de matices y significación, también postula con la forma y el color el signo de un misterio que no se concibe sino estando en contacto visual con su materialización, con el degüello de esos cuerpos primigenios que siguen siendo nuestro propio retrato.
En conclusión, lo mejor es que cada espectador entable díalogo con ella y saque sus propias consecuencias y enriquezca sus personales acervos.