La pintura de este artista es fruto de una vocación estilística ya consumada y secuenciada en distintos ciclos. Su estética mantiene un dinamismo que explota todas las posibilidades de mutación y a cada nueva entrega nos proporciona una solución que se adecúa a la realidad de fondo de su imaginario.
Esta obra, organizada verticalmente en función del sentido místico y fervoroso que le imprime, plantea una visión alegórica sobre la mortalidad, la vejez, la muerte y la pérdida de la fertilidad, con una vertebración sabiamente modulada e insólita.
La figura se vuelca hacia la bóveda celeste en acto de contrición y desesperación, incluso de perdón, con una manos implorantes que aprietan su cuello y cara, un reloj de corazón marcando los angustiosos latidos que le quedan y un miembro anudado al brazo que necesita ya sostén como medio de seguir mostrando su condición viril.
por otro lado, la definición cromática fija y concreta cada uno de los elementos de la composición de forma que se llegue a obtener la expresividad que precisa la arquitectura de la imagen.
En definitiva, rica en matices, con una versatilidad plástica que rompe cánones, esta pintura recupera la proyección de un hacer basado en la existencia humana y su dolor.