Estuve en Marruecos… la pintura ya estaba terminada.
Y durante tres días, el presente en el Sahara fue de manera extraordinaria.
Al introducirnos en las dunas por primera vez, mi expectación era inesperada,
El mundo de cabeza, en la burbuja del planeta me sentí como por primera vez.
Y el viento comenzó a soplar, lo que dio inicio a recordar al caballito de mar y su plano profundidad.
Al tercer día caminamos en contra del granizo que por unos instantes nos sobrevino, no podía mostrar la cara al frente, nos regresamos con los nómadas con quienes convivimos. Intentamos una vez mas y el viaje de larga caminata originó todo lo que ocurriría al pensar… cuando en medio del desierto negro, un mal viaje me sobrevino y muchas cosas a flotar:
“No tengo nada, y tengo todo”, en pocas palabras…
Después de cinco horas de recorrido sobre un dromedario, había llegado al momento de estar iluminada por el mismo desierto, sin recordar de un segundo a otro me encontraba ya en mi cuadro, y ese título girando en mi cabeza, imaginando… ese viento que vivía era el viento que había pintado meses atrás en un lienzo. Recordaba mi cuadro… recordaba las estelas de aire que la arena inventaba conforme avanzábamos. Esta vez si que estábamos en el cielo y en la tierra al mismo tiempo, el guía encontró una piedra, era un fósil de caracol. Lo que pudo envolverme más en aquél instante fue la dicha de estar viviendo una pintura desde meses atrás. El caracol era el mar, el desierto fue un inmenso mar. El aire conglomerado de arena, el aire era tierra, buscamos un oasis. Llegamos. Sin poder ver por los vientos, una nueva familia de nómadas nos recibe por completo. Estamos sanos, necesitamos descansar, para volver a comenzar un día sin igual.