Su silencio se clavó en mí aunque tuviera voz de cantera o de mina, no percibí el rostro ni la gente que le observaba, ni el corretear de sus manos por el paladar de su guitarra porque no las tenía, sólo vi su voz y no escuché su lamento acariciado por las gotas de guitarra que nos llovían a todos los que mirábamos sin ver.