Quedó como un encargo sin entregar. Agustín me lo pidió reiteradamente: tienes que pintarme un atleta olímpico para mí. Nadie daría un duro porque Agustín tuviera ese capricho. De estatura común, entrado en carnes y, aparentemente flemático, Agustín es todo lo contrario a lo que aparentaba: es locuaz, dicharachero, con gran sentido del humor y gran amigo pero, lo que menos se sabe de él, un gran maratoniano de la vida. Carpintero. Se fue a Huelva y montó una carpintería en la sierra. Sufrió un infarto pero se recuperó. Al menos eso me dijo la última vez que hablamos. Nada, Agustín, que aquí lo tienes, el atleta digo (rostro Chrístico, desencajado, luchador y competitivo...)... pero tu, ¿por dónde andas que no contestas al teléfono? Óleo sobre cartón. 1980.