DESENCANTO
Me rajè del pueblo sola,
con apenas diecisiete,
No le dije nada a nadie,
ni a mi vieja ni a mi hermana,
y aunque viajè en un furgón,
era superior mi anhelo,
de ver las luces del centro,
me explotaba el corazón.
Mi hogar fue el conventillo,
y ahí mismo lo conocì,
cada vez que lo cruzaba
èl me invitaba a bailar,
yo le tuve que aflojar,
y ya no me sentí tan sola…
me tomò de la cintura
y al gemir del bandoneón,
entre cortes y quebradas
a volar èl me enseño.
Y asì pasaron los meses
esperando aquel momento,
una vez a la semana
sentir su aliento cercano,
su perfume varonil,
que acariciara mi mano,
y que entrelazando mi cuerpo y
al compàs de la milonga,
me sintiera yo su reina,
su amante, su mujer... señora.
Yo ya estaba enamorada
de tanto tenerlo cerca,
pero nunca me anime
a confesarle mi amor,
èl era un poco mayor
y yo una purreta de pueblo,
no vencì mi timidez
y aunque mucho lo pensara,
el tenerlo cara a cara
y al final de alguna pieza,
soltarle como si nada
“yo a usted lo amo señor”.
Y fue una noche de otoño,
un sábado como cualquiera,
arrancamos como siempre
y al primer son de la orquesta,
èl me musitò al oído,
“ hacete la distraida,
esa rubia que allà ves,
es el amor de mi vida,
hace mucho no venìa
y yo la estaba esperando,
disimulemos bailando,
lo enamorado que estoy”
RG