De un salto, la bailarina levanta la máscara funeraria.
Hecha con ojos de obsidiana, observa petrificada los gestos que repites y no dicen nada.
Dedos pintados de azul marcan ritmos rebeldes para acompañar su viaje a la muerte.
¿Qué harás con las letras que sí tenían amor y no te gustaron?
Dices que son de ambos los momentos.
Ella dice son sólo míos.
Tú bebes sangre creyendo que es la mejor ofrenda.
Ella bebe sangre sabiendo que es la propia y se autosacrifica.
Me deformo el cráneo de la poesía y temo.
Rehuyes mis miedos porque en uno de ellos quedarás solo.
Me exaltas, como si fuese tu diosa.
Y luego me iré, para demostrarte que soy sólo una máscara sobre un cadáver.