Pons-Tello - 2007-07-15 00:00:00
Contemplando este cuadro de Froilán León Orozco, me viene a la memoria aquella frase del poeta Hölderlin que afirma que “el hombre es un dios cuando sueña y apenas un mendigo cuando piensa”. La actitud onírica, pues, no sería un simple flirteo circunstancial en los brazos de Morfeo, sino una forma de elevación hacia un conocimiento superior.
Allá donde no llega el raciocinio, llegan las intuiciones interiores. La imagen artística, tan misteriosa como auténtica, deviene el resultado de esta compleja introspección psíquica. Los sueños, sueños son, pero el arte de saber soñar pone en funcionamiento los extraños resortes que conducen inevitablemente al Arte.
El título de esta obra despierta significados ocultos. Vemos, en lo que parece ser una especie de plaza pública, una figura mendicante ante un árbol. Este árbol aparece sin hojas, desnudo, empobrecido igual que el mendigo. Víctimas ambos de un azar inmisericorde. Según Cirlot, el árbol representa la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración. Como vida inagotable equivale a la eternidad.
En algún lugar del cosmos habitan tradicionalmente las divinidades, esos seres inmortales y caprichosos que se diría que juegan a los dados y deciden a golpe de numerología el destino de las cosas y de toda criatura viviente.
Se me antoja que Froilán León Orozco ha querido reflejar en este óleo la terrible tiranía del azar. Los dados de la fortuna ruedan en el tapete cósmico de manera aleatoria. La única esperanza reside en tener la misma la suerte que el mendigo, personaje al margen de todo (como el artista), que viaja ligero de equipaje y que a fin de cuentas ya no tiene nada que perder.