Quien no ve en estas asimetrías la pintura de principios del Renacimiento, especialmente a Giotto, la cual engrandecía en un primer plano a la figuras, de clara significación religiosa, y dejaba en su contorno un paisaje o un un fondo arquitectónico. La intencionalidad y el simbolismo eran evidentes.
Pero en este caso, la pintora, conociendo esos recursos estilísticos, los traslada a otro ámbito de representación, el de una especie de rompecabezas, de dédalo amurallado del que sale la efigie de un niño, estableciendo un paralelo entre la infancia y el laberinto que conlleva el crecimiento y el conocimiento.
Y también modela un escenario que quiere ser un juego infantil que se transforma, se matamorfosea en una realidad que se viste de luces y sombras atenuadas para señalar su propia ambivalencia y dejarnos en la duda.
Una obra que es un vehículo para la reflexión más que para la exaltación.
un ViVa a la Obra de MERCEDES GARCÍA BRAVO,su oficio con la calma del caminante y el color del día,de una ejecución muy profesional donde la buena está a los ojos vista.felicidades por siempre,un abrazo