Entre tótem y autómata, una zozobra de marioneta, virutas de tiempo invisibles hilos de oro tiran de ti hacia los bosques sagrados de los druidas. Desde los serbales milenarios, el muérdago llega hasta tus brazos, se hace resina y ritual para ahuyentar a la muerte. Entre tótem y autómata la puerta propicia para cambiar de ángel, el gigante de Cerne Abbas tumbado en el campo de Dorset, las estatuas de Rapa Nui, vigilando la Isla de Pascua, los cuerpos silueteados al abrigo de las rocas, los monigotes de la infancia y la caverna, y los robots que aprenden a mirarte. Entre tótem y autómata el espantapájaros crucificado en la inmensidad del trigo, el que siempre te espera allí donde todo lo modela el viento y tus pasos de niña no se apagan, tu icono y escondite y madriguera.
Amalia Iglesias