rafaelpiedehierro - 2007-09-07 00:00:00
Las Miradas del arte con la materia reciclada nos envita a la reflesión sobre el cambio climático. La sensibilización de las materias,intrinseca a su forma de ser y de hacer, le permite recuperar objetos y referencias de la cotidianeidad próxima o lejanas,descontextualizarlos y transmitirles ese sello provocador de inteligencia y sensibilidad. Mata ,en cualquier hora y momento,ha sido una llamada a la penetración del goce directo de las formas, las materias, las texturas y los colores. Sueña creando un mundo nuevo para todos. Enhorabuena,saludos.
Pons-Tello - 2007-07-06 00:00:00
Cuando miramos un ojo, somos mirados y a la vez el ojo es mirado por nosotros. En esta doble contemplación radica una de la ambigüedades de toda visión: la mirada nunca es unidireccional, sino que el acto mismo de mirar significa la búsqueda de una respuesta o de otro que mire también, que nos mire: es la búsqueda quizás de nuestro referente físico o espiritual, quizás la búsqueda de nuestro contrario.
Reflejarse en los ojos de otra persona es una forma tan buena como cualquier otra de conocerse. El ojo deviene un espejo diáfano que no sólo refleja imágenes, sino que las captura y las asimila. Se diría que el ojo recuerda, siente, piensa. El órgano ocular es el sol que ilumina los contornos a veces difusos del conocimiento y la experiencia.
El pensador helenístico Plotino venía a decir que el ojo no tendría la facultad de ver el sol si no fuese en cierto sentido un sol. Como posible astro rey, el ojo ilumina, y como espejo, refleja y puede ser atravesado, simbólicamente, hacia otros mundos y otras dimensiones.
En esta obra de Manuel Mata Gil, el ojo tanto puede sugerir un planeta captado desde el espacio exterior como un cuerpo pluricelular observado a través del microscopio. En ambos casos, esta mirada atencional sugiere la forma de un cerebro compuesto de espirales metálicas, casi laberintos enroscados que se sedimentan sobre un fondo de rostros humanos. El mismo rostro repetido hasta la saciedad.
El ojo obsesivo no descansa. La visión de ese rostro, de esa persona, quizás de esa pasión, permanece viva en los laberintos de la memoria. Sólo muere de verdad quién es olvidado por completo.