Pons-Tello - 2007-05-23 00:00:00
Toda puerta implica la posibilidad de pasar al otro lado, la existencia de otra realidad más allá de la pared. Una puerta abierta es algo así como el desfallecimiento de la solidez del muro. En esta obra, el umbral de tránsito tiene lugar en las ruinas de una casa abandonada rodeada de vegetación. Vemos lo que fue un entorno doméstico, pequeña patria íntima que ha desaparecido.
El ojo del espectador mira desde un lugar que fue y ya no es, y contempla al otro lado del edificio semiderruido la frondosidad de la naturaleza. Plantas y arbustos han recuperado aquel terreno circundante que les fue arrebatado para uso humano y que ahora reconquistan con renovada fuerza. La vitalidad de este jardín silvestre y aleatorio contrasta con la decrepitud del caserón. El aparente caos de la flora se impone al intento de ordenación urbanística.
En un mundo vertiginoso, donde los acontecimientos se suceden con inusitada rapidez, la desaparición deviene una metáfora identificadora del signo de los tiempos. Todo cambia sin cesar y no es raro pues que las personas que no han perdido la memoria, y más aún los artistas de mirada lúcida, se conviertan en coleccionistas de desapariciones.
A veces para interpretar el mundo, la vida, y quizás a nosotros mismos, tenemos que acudir a los vestigios y a los restos de lo que un día existió en todo su esplendor, y aprender la dura lección de la humildad. Todo es efímero y sólo queda la belleza fugaz, bendita belleza fugaz, del instante fijado en la fotografía.