Las estaciones de servicio no sólo son los lugares donde los conductores acuden a repostar combustible, sino que además, en muchas ocasiones se convierten en lugares propicios para la consecución de crímenes sangrientos.
La atmósfera inquietante; el ambiente en la estación y la noche son elementos recurrentes en una serie de pinturas en la que se pretende reflejar diferentes escenarios en los que se han producido asesinatos perversos.
En los textos que acompañan a la pintura, se resume la última secuencia de lo ocurrido entre víctima y verdugo, a la vez que se desvela el que ha sido motivo fundamental para desencadenar la tragedia. En esta fusión entre texto y pintura es imprescindible la intervención del espectador. Se requiere en todo momento un ejercicio de imaginación. Tras la lectura del diálogo, el lector puede trasladarse al escenario de los hechos y recrear lo que ocurre en el interior de esa gasolinera, es decir, la escena del crimen.
El asesinato cobra igualmente protagonismo en la propuesta audiovisual, en donde de igual forma se produce un enfrentamiento previo entre los dos sujetos. La consecuencia es idéntica: un final trágico. Pero a diferencia de lo anterior, aquí no se exige un esfuerzo imaginativo, la escena es explícita y se define por sí misma.
Las estaciones de servicio son con frecuencia lugares donde se perpetran numerosas actividades delictivas, es por ello que se convierten en un espacio atractivo para el desarrollo de las escenas descritas y que se pueden adivinar e imaginar en los lienzos.
El público encontrará en esta obra las claves de una serie de crímenes cometidos en la década de los noventa y cuyos autores reales, elegían siempre estaciones de ciudades tranquilas en donde protagonizaban auténticas tragedias, que al día siguiente ocupaban las portadas de los principales diarios locales.