Juan Antonio Valdés Gutiérrez nace en Vélez-Málaga el primero de noviembre de 1944. Comienza a trabajar de barbero a los doce años y ensoñando aquellos campos y sus casas encaladas, es como surge su amor por la pintura. Se declara con cierto orgullo de autodidacta, pero siempre mirando de reojo a los clásicos. Durante los años iniciales como pintor participó en numerosos concursos de Educación y Descanso, en los que obtuvo varios primeros premios. En mayo de 1969, La Buena Sombra, convoca su I Certamen de Pintura, y un accésit vino a premiar un cuadro de Valdés, óleo juzgado por la crítica de buena calidad y técnica.
En diciembre de 1970, la Caja de Ahorros provincial de Málaga, acoge en Vélez su muestra pictórica. ” Su dominio de los blancos es maravilloso. Parece que cada pared de estas encaladas y pequeñas casas andaluzas, cobrase vida propia y formase un cuadro por sí sola, pero el conjunto-y he aquí lo extraordinario-sabe componer esa sencillez acogedora y dulce que tan sólo poseen estos bellos rincones de los pueblecillos malagueños”. Por septiembre del 72, Valdés expone de nuevo en la misma Caja “fino y delicado mosaico, casi de realidad cuarteada”, en opinión de Martín Galán.
Pero es el premio de la La galería Lacayí , en mayo de 1975 el que confirma y descubre al artista. Un modesto barbero cuyo oficio le inspiró el cuadro “Homenajea la barbería”, que le ha valido el primer premio de pintura. Fue este un auténtico certamen nacional, por el alcance, cantidad y calidad de las obras presentadas. Antonio Valdés acababa de irrumpir seriamente en el panorama de la pintura malagueña. Por ese tiempo le concedieron el primer premio de Andalucía, lo que venía a realzar la marcha ascendente de su pintura. En febrero de 1976, la III Bienal Nacional de Pintura y Escultura, convocada por la Real Academia de Bellas artes en San Telmo. premia su óleo titulado “El campo”. Después obtendría el Premio “Moreno Carbonero” del Excmo. Ayuntamiento de Málaga y sería finalista de la Beca Picasso en 1977.
Posteriormente marcha a Madrid y causa en los medios artísticos una verdadera sorpresa. La galería Módena acoge la muestra. Conchita Kindelán escribe en Pueblo: “He aquí a este joven pintor, que por primera vez expone en Madrid y nos deja atónitos. Mezcla de sub e hiperrealista. Malagueño, todo el alma, el ángel, el colorido y el arte de esta tierra, están reunidos en su paleta”. El impacto que originan sus telas es inmenso. “Tan real y bella como su pintura, tan inhumana, como todo lo bello y tan conmovedora, como todo lo real, que nos es difícil describirla”.
Otra opinión de García-Viñolas en el mismo diario: “Pintor a ciencia cierta y por derecho. Su saber pintar, que ya es mucho, ha vivido confiado a la gracia de Dios. Pinta, sencilla y sustanciosamente, lo que ven sus ojos. Es posible que sin esa sustancia que hace trascendente la sencillez de su pintura. El paisaje de Valdés se aploma en un realismo limpio que hace poético el sosiego. Un aire diáfono purifica la atmósfera para que todo manifieste su verdad. Su técnica de pintor es solvente y sabe apretar el dibujo para que nada se desencaje en él.”
Expone en junio de 1978 en la Caja de Ahorros Provincial de Málaga. Martín Galán escribió de esta exposición: “Hay una misteriosa e íntima comunicación entre Valdés y el paisaje urbano y los campos que le cercan que, a través de su corazón, pasan al lienzo para ser devueltos al espectador como el eco amoroso y leve de ese paisaje, esos caseríos o esas viejas casonas aristocráticas, con un “no sé qué”, impalpable tan presente en su obra.
En febrero del siguiente año, Valdés presenta su obra en el Palacio Provincial. Una muestra transformada y diferente de quien ha conseguido el rumbo cierto de una manera de hacer. Sobre todo quisiera destacar que a Valdés se le ha puesto el sol en su obra, lo que tanto dice en su favor; . Este pintor ha superado, como pocos, el cómodo relatar de tejas y casas, de luces y sombras. Atina a entender que, bajo el sol, dentro de los muros hay ese un “no se qué”, algo que vale la pena desvelar. Y esa oscuridad, esa serenidad de los crepúsculos, tiene revelaciones que hacer.
Y otro mundo de nuevas luces y de nuevas sombras, como si fuera posible ir más adentro, aguardando a que se haga una extraña noche de sienas dorados y de transparencias azules, con un velo de cristal catedralicio. Y así parece que cincelara sobre el atardecer, con fondos pardos, el campo y el pueblo. Y que el aire, aquietado en la piedra, labrara los viejos muros. Valdés amansa el paisaje, se le escapa a lo lírico y convierte en alfombra hasta lo áspero. Desarrolla en el tema un surrealimo engreído, despacioso y detallado, con cierta tendencia al símbolo, tan inevitable en nuestros pintores hijos la más de las veces del resumen y de la fantasía.
Antonio Valdés, considerado como el primero en crear una pintura netamente veleña, no renuncia a sus orígenes en las nuevas composiciones; aún al contrario, libre de condicionamientos restrictivos, da un aire moderno, un cierto precursamiento, a sus interpretaciones veleñas. Nadie como él posee tan original visión plástica de Vélez. Martín Galán diría de estos cuadros en Sur: <<Encontramos en estas recientes obras en Valdés sorpresas en técnicas y materias. Efectivamente, hay algo nuevo en su pintura: pequeñas distorsiones, reflejos y desgarraduras, biselados y cortes, dan un aire distinto a la clásica visión de los temas veleños, que sitúan a Antonio Valdés en algo así como precursor y maestro>
Y vuelve a Málaga en una muestra colectiva de escultura y pintura veleña, que tiene como reunión el Centro Artístico Miramar Arte. De los cuadros de Valdés dijimos en nuestra habitual crónica: “A los temas de Antonio Valdés le entran un misterioso aire que se arremolina de s realismo en el muro o en la esquina. Es aquel sin luz reciente, cuando ya se ha hecho tarde y quedan tonalidades a tientas, que convienen, como gamas dormidas, a ese no irse del todo de las luces nuestras. Tiene su obra un Vélez distinto, sin cal ni ocre de tan fácil recurso en el impresionismo al uso. Es la suya, ya evolucionada, una explicación plástica de cómo puede ser la pared, el aire, la tierra, la luz, sin serlos como lo sabemos. Acaso nos sirva para meditar si es la verdadera aristocracia del paisaje”.
Valdés, escribió Rafael Cortés en Sur, “une a la sencillez y a la gracia de su pintura toda la fuerza de un espíritu creador, de dominio absoluto del dibujo, del que obtiene la riqueza lineal que florece en sus cuadros, en los que hay una profundidad de estudio luminoso y de valoraciones coloristas, ricamente matizadas”. Valdés, en suma, surrealista por su entrañable capacidad de sueño; intimista, por ese querer refugiarse en el crepúculo de tanto amar la tarde; por incluir tanta soledad, por bregar con el misterio, aunque lo busque más que lo posea. Cuando se renuncia, como ese pintor, a las claridades, es que verá otras donde no las ven los demás”.
El profesor de arte, Palomo Díaz, escribió de Antonio Valdés en su trabajo “Pintores veleños y función crítica”. “Su significado aparente es el paisaje urbano. El verdadero es la historia, la historia recóndita de su pueblo. No ve el motivo, lo sueña. Aunque la tabla se pinte a la claridad de Febo-en un alegato contra el seudoimpresionismo que lo amarra al interior del estudio- que requema campos y casas, es Selene la reina de su cosmografía porque la imaginó de noche. Y la luna dejó en sus ojos su huella húmeda y su luz irreal, cernida y sin foco preciso”.
“Los paisajes de Valdés han surgido de un mar que impregnó gotas de agua en tierras y cielos. Brota el agua renovando el mito de la fecundidad, de la sensualidad dormida en paredes y objetos. Las calles y cosas queridas son las mismas de siempre pero el roce y el uso cotidiano las ha convertido en símbolos surreales de la melancolía. Valdés es otro Orfeo que, tras pasar la estigia luna de azogue, nos ha abierto una puerta al más allá, al arcano y al alma”.
Los significantes, conformes a su código, son de un realismo ordenado y armónico a su concepto. Valdés, aunque recoge las calidades decimonónicas del paisaje y las conquistas oníricas posteriores, trabaja como un cuatrocentista, compartimenta simétricamente los espacios en estancias rítmicas, emplea una perpectiva más simbólica que mecánica y huye del toque ligero efectista y de la luz fugaz. Su modernidad se advierte en la ejecución total del cuadro, sin necesidad de bocetos que, con sufrimiento, va surgiendo desde el lienzo imprimado con suavidad hasta el intimismo del resultado final.