Señales en el asfalto
17 de Febrero del 2011 a las 13:10:35 0 Leído (997)
SEÑALES EN EL ASFALTO
“Nadie es profeta en su tierra”
Apuntes sobre una exposición.
Dedicada a Guayaquil.
Un viejo proyecto que se resiste al olvido.
“Nadie es profeta en su tierra” me recordó un amigo pintor en un correo electrónico que recibí hace unos días y donde me alentaba a continuar el proyecto de la exposición personal que preparaba en Guayaquil y para la que ya había trabajado muy duro durante tres meses. Yo agregaría, aun con el riesgo de parecer algo escéptico, que fuera de nuestra tierra tampoco, logramos ser profetas.
Corrían los últimos días del mes de noviembre del año 2001 cuando un grupo de pintores entre los que me encontraba decidimos hacer un homenaje a La Habana en el marco de las festividades por un el aniversario de su fundación. Así se hizo y en honor a la verdad, poco impacto tuvo todo aquello que soñamos para homenajear a la añeja ciudad con nuestras telas. Por disimiles motivos que no viene al caso enumerar aquí, “Señales en el Asfalto” como se llamaba aquella exposición, pasó inadvertida dentro de la vida cultural habanera de la época. La causa principal de aquel fenómeno de invisibilidad colectiva fue que ninguno de nosotros desgraciadamente era profeta y todos estábamos en nuestra tierra donde si es necesario serlo para recibir un poco de atención.
Aun con este desafortunado precedente y nueve años de diferencia mi espíritu obstinado, me obliga a desandar caminos y rescatar a toda costa un proyecto que aun considero interesante y que sin dudas vale la pena por múltiples razones. En este caso hay una diferencia esencial que lo justifica y lo hace prometedor nuevamente. El motivo del homenaje es en esta oportunidad otra ciudad; Guayaquil con sus altos contrastes, su riqueza, su pobreza, su diversidad cosmopolita, su intimidad acogedora y el ritmo frenético de su vida.
Señales o símbolos, señales o marcas, señales de un código secreto que va marcando el tiempo inexorable y obstinado en el asfalto de la ciudad laberíntica y diversa dejando su huella física en el entorno de nuestras vidas y he allí al pintor, no al profeta encumbrado y ciego que de nada serviría a este proyecto, tratando de fijar el tiempo como un cronista de su época, atrapando instantes para una eternidad incierta y confusa, despojado de vanidades frívolas o conceptualismos absurdos que nada aportan a la majestad de una ciudad que nos trasciende a todos, única fórmula para lograr que Guayaquil sea la única protagonista del hecho expositivo y nada más. Así nacieron estos lienzos, uno a uno, en tres meses de tenaz trabajo en el patio de una villa de La Alborada, con un único objetivo, saldar una deuda con una ciudad a la que tanto debemos.
Texturas, matices, contrastes, colores son las claves de un código por descifrar que nos envuelve a todos y nos satura hasta el punto de no percibir lo obvio. Lo particular, el primer plano, el detalle, todo oculto dentro de la generalidad de un concepto que nos devora y nos pierde. Allí están las señales no vistas, en el asfalto caliente de las calles, en el enredo de los cables eléctricos contra las nubes, en el viejo musgo que atrapa los muros del olvido, en el hollín que se empeña en cubrir las paredes, en la naturaleza dura de los materiales creados por el hombre para su propio beneficio y para que el tiempo tenga un lugar donde tejer sus marcas. Después de todo es en este lugar no visto, peligrosamente oculto en su cotidiana presencia, aquí es donde existimos y morimos, donde sufrimos y amamos. Vale entonces el intento por redirigir nuestras miradas del concepto ciudad, al hecho ciudad. De lo abstracto a lo tangible y plantear una nueva búsqueda estética que repare en lo inmediato y en su valor artístico más allá de los injustificados prejuicios que lastran nuestra visión del mundo con el maniqueísmo de lo viejo y lo nuevo, lo sucio y lo limpio o lo bello y lo feo. Allí, a ese exacto lugar de nuestra conciencia previamente amoldada por la sociedad y sus patrones es que va dirigida la mirada del artista en su planteamiento conceptual o en la propuesta estética de sus lienzos. Reparar en lo insignificante, en lo cotidiano, en lo intrascendente puede resultar un difícil ejercicio si no contamos con la guía de una mirada nueva y descontaminada, lista a ver estos detalles. Es un acto de justicia redirigir nuestro interés, si queremos tener referencias tangibles donde situar los recuerdos de nuestra propia vida y existencia.
Señales en el asfalto es un homenaje al entorno urbano de Guayaquil como prolongación de sus habitantes y de sus afanes. Con toda intención en estos trabajos se omite el elemento humano a fin de lograr un extrañamiento que nos permita reparar en lo obvio y de esta forma dar mayor protagonismo a la señal de la actividad humana que lo cubre todo centímetro a centímetro, como una alfombra de empeños a orillas del emblemático rio que la nombra, pues la propia ciudad y su arquitectura es una extensión de los sueños y anhelos de sus habitantes.
Por último asumo una vez más el riesgo de no ser “profeta en ninguna tierra” y créanme que cualquier empeño bajo esta circunstancia se convierte en una cuesta bastante empinada a recorrer. Creo que no está demás reiterar que Guayaquil lo merece y yo gustoso lo hago.
Fausto Adolfo Martí
Miembro Proyecto de Artes Plásticas
Imagen Tres de la UNEAC. Cuba.
Doce lienzos de 60 X 80 cm conforman el trabajo. Paisaje urbano de Guayaquil.