Sinopsis de una madrugada
29 de Noviembre del 2010 a las 19:12:13 0 Leído (472)
Anoche escuche que tocaban a la puerta. Cuando fui descubrí que no había puerta, solo un portón suspendido, una especie de bienvenida a otros lugares, un asomarse al precipitante desconcierto de las cosas pasadas, un querer reír ventana afuera, por llenar el espacio de cualquier organismo. Pero miré y no había nadie, solo una sombra respondió al titubeo de aquel querer estar. Era una sombra sin luz, sin nombre, sin ropas, no pude más que dejarla entrar. Unas horas después miré nuevamente y la brisa que viaja entre las cinco cuadras que me separan del mar entro desesperada, desesperada, desesperada; se sentó y miró por entre mis dedos, que a esas alturas estaban llenos de otros lugares aun escritos con el pincel de la memoria. El árbol de la esquina susurró otras cosas, sonaba como a 2010, la barriga vacía en el olor del mar en mis entrañas. Fui solo después de las doce, me le acerque, pero nada miré, nada me miró, solos, yo y la brisa, la sombra la brisa y yo, del lado oeste del cerrojo.
Los cuerpos se conglomeran como en la puerta de la iglesia buscando refugio a otras mentiras, como enajenados del sí mismo. La calle siempre me llevó a otros lugares, a otras figuras. Casi siempre estoy perdido de otras cosas, como si ya no fuese este otro quien recuerda a tantos otros. Hacer el amor sin hacer el amor es casi como hacerse de otro amor, como amar el silencio, la disputa entre dos oquedades sin nombres, sin puntos de partidas, sin la necesidad de llegar a algún lugar por el simple hecho de querer llegar a cualquier rincón donde haya otro ser igual o un tanto más perdido. La música se cuela entre los cuerpos, que querrá decir: ¿en el mismo sitio, a las 3:30 de la tarde? Mejor me quedo con el libro abierto, esperando que el polvo dicte otras misteriosas contrariedades.
He amado tantas veces el precipicio de un adios que presiento cercana la prostitucion de mi mismo: me prostituyo de la idea que implica el amor. Estoy sentado en la misma cama de cuando tenía 14 años, la morena Caridad me observa, pelo a pelo. Soledad y sus apremios, el olor a palomas, a maíz devorado pos tantas aves, el vestirse apurado porque alguien se acerca, el quedarse dormido con el pretexto de volver a mirar aquellos ojos fijos llenos de mar, de la puntilla, de la cercanía de la diosa leo vestida en la piscis del futuro, llenos de nuevos saltos, de cualquier parque, de cualquier esquina. La bruma del Avila me lleno de otras riquezas. Sus ojos penetran todo, todo. Aquello siempre fue distinto, amanecer era verdaderamente amanecer.
¡33 años no pasan en vano! Cualquiera podría decir eso, pero en realidad que quiere decir: ¿33 años a las 3:30 en el mismo lugar? Mejor no abro la puerta, el portón, mejor me quedo sin escribir nada. Tú finalmente decidiste tomar el avión, ella quedo esperando la espera de mi mismo. Nunca quise sorprenderme de ese impulso y quede petrificado bajo el techo con las alas oliendo al Paují, con la esperanza en el malecón, con la curiara esperando el próximo viaje. Tú nunca llegaste a la costa, fue como una despedida sin palabras, te esperé con los ojos cerrados y más de quince poemas, pero nunca llegaste. Después el avión y el norte, las cadenas, la música, los pies del Maestro.
Tengo que hacer un pacto con la luna (como he repetido esta línea en cientos de ensayos), salir desnudo calle abajo, buscar el mar, buscar el árbol, la sombra, llenar los pulmones de cualquier aire, tenderle una trampa a los pensamientos, ayunar de literatura, ayunar de cualquier encuentro con el tiempo, ayunar de escribir, ayunar de hablar por simplemente hablar, ayunar de soledad, ayunar, ayunar, ayunar, ayunar…..
He visto El Lado Oscuro del Corazón una y mil veces como quien busca cerciorarse de sus propios engaños, como quien nada mas tiene de nada mas o menos. Los libros se revolucionan atormentados de toda crítica, los libros se van endureciendo de asfalto, los ojos que leen se van quedando ciegos de precipicios literarios, de la otredad impresa en lo que las palabras nunca dicen: el juego de lo oculto, la soga donde se fraguan los héroes y las diosas, el encuentro con la estepa, el oso y el arma del mutismo. Un niño reconoce en sus padres el enredo del encuentro con el tiempo. Julián me dijo un día que no quería ser grande. La belleza es otra cosa, residen los ojos en otro plano desde donde sufro a toda hora el milagro de saber que viven muy felices aquellos que una vez fui, aquellos con quienes me tropecé mas de cien veces en la misma esquina, bajo la misma melodía del farol, bajo el susurro del sudor, del diálogo con el invierno, de los cuadros que se hacían como si la palabra tuviera verdaderamente intensos colores expresivos. El arte era el arte de simplemente aprender a ser. Cada vez que me encuentro con esos dos que una vez fui, me quedo enajenado de nostalgia, me quedo iluminado y escribo; si, escribo por todas las cosas que seré, serán, seremos. Porque al final del cuento el destino ha de ser otro y las horas ganadas al silencio inundarán de otras presencias este ahora y nuevamente seré, serás, seremos.
Pero tengo mucho frio y a estas casi 3:30 de la mañana estoy solo, en la misma esquina de la cama, el olor felino femenino yace detrás del portón, dormido, casi muerto quien sabe en qué ciudad y estoy solo, solo, mis manos y yo solos, mi cuerpo el frio mis manos y yo solos, mis libros mis manos el frio y yo solos y ha estas 3:30 de la mañana le digo lo mismo que cualquier enero: tendré que levantarme, tendré que levantarme, tendré que levantarme, tendré que mirar la luz, tendré que hacer en el espacio cualquier trueque con el misterio, hacerle el amor al devenir, llenarme de cualquier aire, saludar a los perros, conversar con los niños, jugar a los escondidos con el mundo, vivir cuando todos duermen, hacerle al amor a la esperanza, soñar cuando todos viven, dejar de amar el aliento de las rosas en otoño, cuando el aroma de la tierra dice su mejor opereta en pos del verano y del creciente arribo de la primavera lejana.
Voy a cerrar el portón, mañana escribirá de otras cosas quien por mi resucite esta madrugada después de mí, después del frio, después de estas 3:30 de la mañana. Quienquiera que tú seas, dondequiera que estés, recuerda que pienso en ti, que todavía me sonrojan tus manos en mi pelo, tus caricias llenas de promesas, tus inquietantes desnudos junto al mar, quienquiera que tú seas, todavía te estoy esperando, no importa y vengas vestida de otro cuerpo, todavía es este quien te espera, todavía anhelo aquel poema de otoño, que dijisteis en baja voz, aquella fruta vestida con tus pechos que diste a mi niñez. Quienquiera que tú seas voy a cerrar el portón, la noche está llena de presencias y una sombra que dejaste correr lejana de ti todavía me hace ver otras propuestas. Quienquiera que tú seas, te espero, como se esperan los primeros cantos de la primavera, como se esperan los misterios del roció.
Pero será mejor decir la verdad. No, ya no te espero, no, ya no te espero porque he dejado de esperarme a mí mismo, porque miro el reflejo de la noche en todas las cosas que amo, en todas las cosas que hago y estoy indudablemente solo con un numero doble, 33, y no, ya no te espero, y soy yo quien dice nuevamente lo mismo, soy yo, mírame. La silueta de esa sombra que mira por donde quiera que andes desaparece y esta carta nunca llegará mas allá de este tic tac, será una de tantas que quedan estrujadas en la memoria del PC, como los cuatro libros que nunca verán la luz de otros ojos, porque renuncian al mundo tanto como renuncio a ti, porque renuncian a la desnudes del desafío tanto como renuncian a ti, porque defienden la virginal procedencia de las horas tanto como renuncian a ti. Donde quiera que estés, quienquiera que tú seas, yo ya no soy el mismo, el frio se transforma en otro frio y los huesos y la piel del delfín se secan y el halito de vida algunas veces sobreviviente de si mismo camina en otros mares, navega en otras calles, como los poemas que miran llenos de otros ojos, esos poemas que nunca nadie leerá. La mujer que en el futuro deletreará mis sombras, mis apariencias en la lluvia, tomó otro camino y aun anda perdida de sí misma nombrando la sombra que seré, será, seremos. Donde quiera que este, siempre la espero como se esperan ciertas cosas inigualables, como se espera la llegada de todo lo inevitable. No, es cierto, no, ya no te espero y tambien lo otro o cualquier otro demas.
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