Con su obra, el artista plástico pretende “embarcar” e invitar al público a acompañarlo en la travesía, por un mar que marca su presencia justamente por su ausencia. No hay nada que lo represente. Sólo embarcaciones dispuestas con entusiasmo pretendidamente casi infantil a realizar un viaje hacia lo desconocido, sin otra brújula que la imaginación de cada uno. Nada dice, tampoco, qué aguas encontrarán a su paso, ni la profundidad del enigma que cada navegante pretende resolver.
Puede leerse el conjunto como una metáfora del transcurso y búsqueda de la vida misma y cada pieza una ruta diferente para indagar.
Trascendiendo el placer estético de colores y formas bien administrados y la materia básica de la noble madera empleada, el artista aspira a ir más allá en el hecho plástico. Por eso a su notorio dominio de todas las técnicas de pátinas, craquelados, decapados, etc., suma el de la selección de los materiales utilizados con un sutil criterio netamente artístico: las maderas, de diferentes texturas, son en su mayor parte recicladas, y algunas, trozos de muebles que conservan ciertos rasgos de su “vida anterior”. De la misma forma que hacen su aporte de historia los apliques, como poleas, campanas, luces y otros herrajes empleados, aumentando así el misterio que cada pieza ofrecerá al visitante. Pero por procelosos que sean los mares a navegar, el conjunto de remolcadores, portacontenedores, chalanas, botes pesqueros o transtlánticos a vapor, flota de la que Paolillo Duarte es legítimo Comodoro, están animados de un espíritu de entusiasmo y optimismo que sin dudas se contagiará al público visitante.