EL GRAN MAL DE LA CREENCIA
11 de Noviembre del 2008 a las 21:31:22 0 Leído (722) veces
EL GRAN MAL DE LA CREENCIA
Autor: Francisco Parrilla Benéitez (Investigador y escritor).
El presente artículo, es una trascripción de capítulo IV de la obra " (©) Fabrica tu propio pan y da de comer al hambriento" del mismo autor. Su contenido, puede ser copiado y usado por aquellas personas que lo deseen, siempre que cite su origen y autor del mismo.
Hace ya seis años que entramos en el siglo XXI y es realmente triste ver cómo la sociedad se precipita cada vez más, guiada por la mano de la ignorancia. Basta ver u observar —y en muchos casos, hablar con las personas— para darnos cuenta de la desorientación y el dolor que en el presente existen. Indudablemente, entre esas personas también me encuentro yo mismo.
Este capítulo, amigo lector, quizá te aporte algo nuevo, como algún otro de los que componen este libro. Posiblemente conozcas alguno de sus argumentos. Lo que trato de mostrarte con él es que te atrevas a ser tú mismo, con tus aciertos y tus errores. No creas su contenido; no creas nada de lo que esta obra contiene, por muy claro que te parezca, sino más bien créelo después de analizar, contrastar, investigar, reflexionar y comprobar su realidad. De esta forma podrás experimentar por ti mismo la información que contiene. Pero, en este caso, la creencia ya no será necesaria, porque la información estará basada en tu experiencia sobre su utilidad o inutilidad, y no en lo que en este caso escribe una persona.
Ahora veamos algunas preguntas que la sociedad suele hacerse y cuya respuesta satisfactoria no todas las personas podríamos hallar.
Preguntas:
a) ¿Por qué una persona es víctima de un lavado de cerebro?
b) ¿Por qué puede ser manipulada?
c) ¿Por qué las personas caemos en el fanatismo?
Respuestas:
a) Porque la mayoría de las personas poseemos una costumbre adquirida, no innata, que hace que aceptemos o creamos como verdad toda información que esté bien estructurada y con cierta “lógica”.
b) Porque esa información o nueva forma de vida encaja en un vacío psicológico que necesitamos llenar.
c) Y, sobre todo, porque hemos perdido las capacidades de analizar, contrastar, investigar, reflexionar, comprender y comprobar antes de aceptar cualquier información. Esto nos hace débiles mentalmente, ya que no podemos diferenciar o saber cuándo una información, una cosa, una actitud, una persona, etc., nos puede beneficiar o dañar. Debido a esto, es relativamente fácil que se pueda producir lo que se llama lavado de cerebro o, para entenderlo mejor, que la concepción o ideas que teníamos de las cosas, de la vida, de nosotros mismos, etc., cambie rápidamente sin que tengamos la comprensión ni la experiencia necesaria con esa información por la que se produce el cambio. Esto sucede porque el cambio tiene como base una información que a su vez fundamentamos sólo en la creencia. Después de que se ha dado este primer paso, una persona puede ser manipulada porque no está habituada a investigar y comprobar la información. En un siguiente paso, si esa creencia ha tomado fuerza, alimentada por más información similar a la que ya poseemos, y precisamente porque la aceptamos como real y auténtica, sucede que nos convertimos en fanáticos de ella defendiéndola como verdad y no aceptando un punto de vista distinto del nuestro.
Es evidente que el primer error en este asunto es nuestro, por no someter la información a un análisis, a una investigación, a una reflexión, antes de que sea aceptada. Porque podría suceder también, en algunos casos, que la información sea de buena calidad y que por esta mala costumbre perdamos la oportunidad de aprender grandes cosas. En otros, debido a este mal proceder, podemos ser víctimas de los demás, al no saber las verdaderas intenciones de quien maneja esa información.
2.000 años de creencia
En ello han colaborado, consciente o inconscientemente, la mayoría de las religiones, iglesias y grupos con todas sus variantes, y lo siguen haciendo como fuente destructora de las capacidades humanas antes mencionadas.
La Iglesia Católica, en este caso (por ser la iglesia en la que fui bautizado y cuyos preceptos recibí desde niño), lleva algo menos de veinte siglos fomentando y apoyando la enseñanza del cristianismo sobre la base de la creencia dogmática. Este tipo de creencia es una de las causas principales que incapacita a todo individuo para poder percibir y comprobar la realidad por sí mismo, que de este modo acepta única y exclusivamente lo que dice una persona o un libro, sobre todo si la información está bien estructurada y con cierta “lógica”.
Con este proceder, el mal que se ha producido en el ser humano ha sido dañar la propia capacidad de percepción de la realidad. De esta forma se anulan o quedan atrofiadas las facultades de analizar, contrastar, investigar, reflexionar, comprender y comprobar toda información antes de que sea aceptada. También aumentan el sueño psicológico de nuestro entendimiento y, evidentemente, la ignorancia. Esto sucede porque, cuando nos conformamos con la mera creencia, el proceso de asimilación y comprensión de la nueva información se detiene porque ya creemos conocer la verdad. Imaginemos analógica y sintéticamente el proceso de los alimentos que ingerimos: primero éstos llegan a la boca y pasan por un proceso, después bajan al estómago y pasan por otro, y más adelante llegan a la zona intestinal y vuelven a pasar por el último. Para que el cuerpo pueda alimentarse correctamente, los alimentos han de ser de la mejor calidad y pasar por todo el proceso completo. Si imaginamos que estos alimentos se quedan en el estómago como último paso, nos podemos dar cuenta lógicamente de que el cuerpo no se alimentará correctamente y, como consecuencia, podría sobrevenir un malestar o una enfermedad. De igual manera sucede con la información cuando se queda en la simple creencia. Claro, en este caso, quien se queda sin alimento es nuestra propia conciencia, con los resultados negativos citados.
Inexcusablemente, este proceso ha formado casi en la totalidad de las personas católicas —y también en las que pertenecen a otras religiones o grupos que usan de modo exclusivo el mismo sistema de enseñanza, ya sea consciente o inconscientemente— un creyente incapaz de saber explicar la doctrina en la que cree, por lo que sólo repite lo que ha leído o lo que le han transmitido. No aporta nada que haya investigado ni comprobado por sí mismo, ni menos aun es capaz de mostrar las ideas en una forma que pueda hacer que otra persona compruebe la veracidad de esa información o doctrina. Esto es así por que la creencia y la experiencia son dos cosas distintas.
Con la creencia podemos creer y tan sólo transmitir lo que ya está dicho por otros.
Con la experiencia podemos transmitir lo que otros han dicho y nuestra propia percepción o experiencia particular. Más todavía, podemos mostrar la forma de llegar a esa experimentación.
Para desarrollar la primera, solamente hay que aceptar con toda comodidad y sin esfuerzo una información que nos parezca atractiva, con cierta lógica, y que vaya a ocupar un vacío que necesitamos llenar.
Sin embargo, para desarrollar la segunda es necesaria una especie de rebeldía de saber, de querer aprender, y esto nos lleva a analizar, investigar, reflexionar, comprender y comprobar antes de aceptar.
Es exactamente de lo segundo de lo que se ha privado al hombre con el fomento de la creencia, impidiéndole verificar y comprobar la verdad de la información que se le entrega o que percibe.
Veamos lo que nos dice el diccionario de la Real Academia Española sobre el concepto de creer:
Creer (Del lat. credere.) tr. Tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza o que no está comprobada o demostrada.
En relación con la creencia, los filósofos alemanes Immanuel Kant y Friedrich Nietzsche hacen la siguiente referencia:
En Kant, “modo de conocimiento por el que el hombre subordina sus acciones a fines de la razón práctica”.
En Nietzsche, “momento inicial de la actividad intelectual que se confunde con un acto de voluntad”.
Precisamente, el único conocimiento en el que se sustenta la creencia es de tipo intelectual, teórico y, por lo tanto, subjetivo. Nos puede llegar a través de una persona, un libro, etc., y es tan sólo el primer paso en la escala de percepción y asimilación. Pero al creer y considerar a este conocimiento como cierto, o más bien como verdad, el proceso de percepción se estanca o se detiene, impidiendo que podamos comprobar, experimentar y comprender si esa información es falsa o real.
De cualquier modo, el fomento consciente o inconsciente de la creencia, cuando se trata de enseñar una doctrina espiritual o proporcionar una información científica o comercial, produce estos resultados, siempre y cuando la persona en particular no sea lo bastante rebelde como para no aceptar (y no me refiero a ser escéptico) esa información hasta no comprobar su veracidad.
Incentivar, fomentar, informar e intentar convencer a otras personas de que crean algo, sin respetar la libertad de pensamiento, la libertad de la percepción individual y la experiencia particular del individuo, en lo que se refiere a las propias impresiones y a la información que todo ser humano recibe del mundo exterior e interior, en lo relativo a la vida, los fenómenos, las ideas, las cosas, los demás y uno mismo, es proceder con una actitud dictatorial sobre la mente ajena en la transmisión de información, sin contar con que todo ser humano tiene derecho a investigar, reflexionar, experimentar y comprender toda información antes de que sea aceptada o rechazada.
A los seres humanos se nos viene enseñando desde hace mucho tiempo lo que debemos creer y lo que no, lo que es malo y lo que es bueno, etc., pero no se nos enseña a descubrir la verdad por nosotros mismos.
Ya en el siglo VI a.C., el Buda Sidarta Gautama dejó dicho algo que merece ser reflexionado y que se relaciona con lo que en este trabajo venimos indicando:
No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos.
No creáis en nada sólo por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen.
No creáis en nada sólo porque así lo hayan creído los sabios de otras épocas.
No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone, cayendo en la trampa de pensar que Dios os inspira.
No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras sólo porque ellas lo digan.
No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano.
Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen de la razón y a la voz de la conciencia.
Es preciso aclarar antes de terminar, lector, algo que te permitirá entender mejor, al menos intelectualmente, el concepto de creencia, ya que hay un sentimiento real que se suele confundir con ella, cuando en realidad es experiencia directa.
Por lo general, cuando digo que una persona es sensible, me refiero a un tipo de ser humano que mira a su alrededor, que observa un poco el mundo que lo rodea y, sobre todo, esa imagen maravillosa que nos ofrece un cielo estrellado, una puesta de sol o un amanecer, y ante eso siente, aunque sea levemente, algo de asombro o admiración por esa creación que nos envuelve y de la que formamos parte.
Precisamente ese sentimiento de presentir o intuir que detrás de todo ese cosmos tiene que haber algo más que lo dirija y gobierne es algo que se suele confundir con la creencia.
Quizá te sorprenda si te digo que ese sentimiento no es creencia. Esto necesita de una explicación para poder entenderlo y diferenciarlo adecuadamente.
Veamos: cuando creemos algo que está escrito en un libro o que alguien nos transmite, y no lo comprobamos, significa que lo aceptamos sin experimentarlo, y así creemos que tal información es verdad. Pero eso no está basado en la experiencia particular, porque si fuera así, la creencia saldría sobrando, ya que existe experiencia sobre ello. Ahora, si analizamos ese sentimiento individual antes mencionado, al percibir en forma directa por nosotros mismos el mundo que nos rodea con sus fenómenos, y reflexionamos un poco, descubriremos que es un tipo de percepción directa propia, un tipo de experiencia de la percepción humana sobre el mundo que nos envuelve. Este proceso de la percepción produce en nosotros una sensación que hace surgir la idea de que detrás de todo esto tiene que haber algo más. De este modo, nos podemos dar cuenta de que en ese proceso no interviene una persona que nos esté explicando o informando en ese momento sobre el misterio del mundo, ni tampoco un libro, sino más bien nosotros, con nuestra percepción humana individual y lo que nos circunda. De esa percepción y experiencia propia surge una idea como resultado, pero esa idea no es creencia sino experiencia, aunque en muchos casos no podamos explicar con palabras ese sentimiento a los demás. Y es precisamente experiencia porque no existe en ese proceso humano ningún intermediario (persona, libro o concepto), sino nosotros y el mundo, al que estamos percibiendo en forma directa.
Para terminar este capítulo, tan sólo te recordaré, lector, lo que te indiqué a su inicio, es decir, que no te creas su contenido, justamente porque mi interés no es fomentar la creencia, sino más bien la investigación y la experiencia, y es nada más que de esta forma como se pueden poner en actividad las capacidades mencionadas. Esto nos librará de ser víctimas de la manipulación, de la mentira, del miedo, etc., sea cual sea su origen exterior o interior. Y, por supuesto, daremos la oportunidad a nuestra conciencia para que pueda expresarse más.
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