Puedo escuchar tu gemido.
Bajo mis pies se estremecen
el dolor y tus gritos.
¿Qué te hemos hecho,
amorosa Madre?
¿Cómo pudimos permitirlo?
Tengo que hacer mi parte.
Debo aprender a respetarme.
Honrar el templo,
mi pequeño cuerpo.
Aceptar mis sentimientos,
lo más verdadero.
Seguir sin dudas la Visión,
el comienzo de otros tiempos.
Sembraré sobre ti, poderosa Tierra,
esperanzas y gladiolos,
luces de colores, palabras sabias,
y sonrisas por doquier,
pues ya basta de lágrimas.
No ando sobre ti
sola o abandonada.
Mis pies descalzos están bendecidos
por un nuevo camino.
Y en este gran viaje me acompañan
mis hermanos y amigos.
Te amamos y respetamos,
y unidos a Ti crearemos
un soleado y vivo destino.
No temas, bondadosa Madre,
esta no es apenas una promesa vana.
Es el deseo de nuestras almas,
el más profundo y fiel compromiso.