PALABRAS EN BLANCO Y NEGRO
08 de Octubre del 2019 a las 21:34:05 0 Leído (414)
Por Luis Sexto
HE DE EMPEZAR recordando a Raúl Roa, el reconocido Canciller de la Dignidad. Y por qué su nombre en estas líneas. Ah, porque me acuerdo cuando en 1967 -si mi memoria ya necesitada de algunos pincelazos renovadores no yerra-, Roa inauguró el entonces célebre Salón de Mayo en La Habana. Fue un momento estelar de la plástica en Cuba. Y el urticante ministro e intelectual comenzó su breve discurso advirtiendo que él, ante un cuadro o una escultura, sólo sabía decir: Me gusta o no me gusta.
Fue, por tanto, una apertura fuera de tecnicismos o especialización. Y yo, que he vivido hoy lo que entonces había vivido el entonces sexagenario y polémico Roa, solicito el permiso a la memoria del filoso canciller para recurrir a la misma disyuntiva ante los cuadros de Machuty. Sí; me gusta la pintura de este joven floridano, aplicado a su obra con una constancia y persistencia tan admirables como su obra. Mi sensibilidad acata estas imágenes de colores un tanto ocres y líneas por momentos un tanto ingenuas, en el mejor sentido plástico, que deslumbran por la hondura de la sugestiva significación.
Periodista al fin, un dudo en ubicar la obra pictórica de Machuty dentro de una rúbrica realista. Un realismo un tanto hiperbólico. Pero si nos llama, si nos atrae no es por el tamaño del soporte o de las visiones que concibe, sino por los valores esenciales de la propuesta. No; no veo en las obras de este jovencísimo artista, un empeño por impresionar, sino, sobre todo, una intención estética de sugerir. Detrás de cada cuadro alienta una propuesta esencial. El observador, aunque sienta la atracción de líneas, colores, motivos y figuras, no puede evadir la lectura detrás de cada composición. Me dirán que así suele pasar el cualquier arte. Primeramente, una lectura visible y después la que subyace. Pero me parece que en la pintura de Machuty, lo oculto, lo sugerente posee un grado excepcional de presencia.
Primeramente, ante la intelección de las evidencias, disfrutamos de la visión, después habremos de interrogarnos: Qué más. Y, como dije, hay más, porque en la pintura de Machuty, a pesar de las evidencias del realismo, vemos motivos para ir más allá de la impresión estética proporcionada por líneas y colores. La composición del cuadro, hasta donde he podido apreciar, no carece de un “sentido otro”. Como en la fachada y el portal en ruinas de una casa de madera, y en primer plano un recipiente colmado de objetos que indican una especie de desarrollo, como las cafeteras que cuelan el polvo doméstico al vapor, y junto a esa masa confusa un portarretrato con una fotografía en colores. Presidiendo ese revoltijo doméstico en frente a la vivienda en ruinas, un mapa de Cuba.
Un pintor figurativo, de ardiente vocación, ya maduro, no plasma ninguna composición sin proponernos subliminalmente una idea, una advertencia, un señalamiento. Tal vez, en el fondo, leamos que Cuba no podrá derivar nunca hacia ese conglomerado de contradicciones que sugiere el cuadro desde el gris predominante que acentúa la contradicción. Ese rasgo: la razón oculta gobernando el pincel, revela la madurez del artista. Y con esta última opinión de mis ojos profanos sobre un arte del que gusto y sobre todo respeto, termino estas palabras. Yo sé que podrán parecer despistadas, fuera de academia, pero cada pieza de Iván Carbonell Guerra, mi amigo Machuty, me conmueve. Por ello, para decirlo a mi modo no he tenido que pasar por San Alejandro o alguna otra academia. Aunque no sería inconveniente estudiar este arte en cuyo ejercicio Cuba sobresale desde hace por lo menos un siglo.
La Habana, 18 de septiembre de 2019.
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