Las mujeres invisibles
22 de Julio del 2008 a las 07:30:29 0 Leído (515)
Las mujeres invisibles
Es una tarde de verano frente al mar, los niños juegan por todas partes rodeados de jardines, casas y arena blanca. Acompañando el murmullo de las olas, está el murmullo de las mujeres que conversan de sus niños sin quitarles la vista, siempre observándolos. Están todos juntos en el jardín de una de las casas blancas, en un cumpleaños; por eso tanto barullo. En el momento de la foto, las mujeres ya no están más. Se camuflan en las paredes, también blancas y son reemplazadas por las madres, que posan felices con sus hijos.
Aquellas mujeres tan importantes en las vidas de estos niños, pasan al olvido y son así excluidas de la memoria familiar. Ellas alimentan, crían y acuestan a nuestros hijos, sin embargo no comparten la mesa familiar y se les uniformiza para que pasen desapercibidas. Como si al vestirlas de blanco las volviéramos invisibles y así no veríamos su choledad.
Esta contradicción es el punto de partida con el que Adriana Tomatis reflexiona sobre una realidad latente: la exclusión y el racismo entre peruanos. Proyecta una mirada crítica a la clase alta limeña, de la que ella no es ajena y observa perpleja lo que pasa en su entorno, envolviendo en una nebulosa imágenes de la cotidianeidad limeña.
Un grupo de albañiles descansa en el malecón miraflorino y desaparece mimetizándose con el cielo gris, como para que su apariencia no afecte la linda vista al mar. Un grupo de personas haciendo footing nos da la espalda y desaparece también, esta vez en el paisaje, gris también, san isidrino, dejando atrás la realidad, sí, una realidad que molesta. Adriana se retrata, en una escena familiar, como una representación simbólica de nuestra sociedad.
Happy Days evidencia aquella realidad cotidiana, eso que dejamos pasar, por que nos estorba, molesta y enturbia el paisaje. Desenfoca pictóricamente hasta el punto de desmaterializar las imágenes, simbolizando la necesidad de desaparecer al otro, como una inevitable pulsión tanática. El blanco es trabajado más allá de sus posibilidades cromáticas, como concepto racial y como modelo aspiracional de nuestra sociedad.
Este conjunto de cuadros ingresan a nuestra percepción como un caballo de Troya: bellos, armoniosos, pintados en una vigorosa clave alta, para luego descubrir en su interior los demonios de nuestro inconsciente colectivo.
Por último, nuestros días felices, son ensombrecidos con un grupo de gallinazos, que nos observa desde lo alto, como esperando que nos maltratemos, para así, alimentarse de nuestras heridas. Lastimamos y somos lastimados, como Jorge Bruce enfatiza certeramente: siempre se es blanco o cholo de alguien*.
Claudia Coca
* Nos habíamos choleado tanto. Jorge Bruce. Lima, 2007
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