Rolando Tamani, lo surreal en lo delicuescente, la magmacidad de la vida
14 de Junio del 2008 a las 20:41:53 0 Leído (944) veces
La obra pictórica del artista peruano Rolando Tamani se basa en el surrealismo delicuescente, en el dejar fluir las imágenes, que se hacen y deshacen. Todo fluye, está vivo, se encuentra en proceso de composición y de nueva estructuración.
Las formas fluyen, son como materia en movimiento, que se van armonizando, componiendo temáticas distintas, siempre relacionadas con el onirismo, la naturaleza, animales, insectos, alegorías de un mundo más sutil, interconectado, al margen del espacio-tiempo convencional.
En su obra, elaborada en colores intensos, contrastados, emplea el azul para restaurar la dignidad celeste en la tierra; el rojo de la biología, de la intensidad de la vida; el verde de la esperanza puesta al servicio de la fluidez de la propia esencia que nos conforma; el amarillo de la sabiduría, del oro de los Dioses que invade el planeta con sus vericuetos laberínticos para formar a personajes y entes, elementos y símbolos en el camino de la transmutación de la materia, para alcanzar una mayor perfección de las almas de lo existente.
Su delicuescencia es evidente en todos los ámbitos, dado que presenta insectos que son partes de una vegetación que surge en el agua y que apunta al cielo. Insectos planta, insectos hoja, que se hacen y deshacen. En ocasiones son insectos, en otras formas alegóricas vegetales que los recuerdan, las más personajes inventados que se incardinan en un paisaje de agua, lleno de biología, con alto contenido visceral evidente, que asciende y desciende, conformando visiones paradigmáticas, procedentes del mundo de los sueños o del método instituido por la escritura automática de imágenes que son parte de mundos en movimiento. De hecho capta la vida y sus circunstancias, porque la existencia se encuentra inmersa en el marasmo torrencial, en el que todo se desarrolla, todo existe, hasta la muerte de la materia formal, que deja paso a la creación de otras materias formales, de distinta composición respecto a la original.
Las suyas son formas insecto, llenas de vida, a medio camino entre el verde multicolor de las plantas y estructuras vegetales y los seres insectívoros, que poseen apariencia de almas de los Devas, de los espíritus guardianes de la naturaleza.
También refleja en su composición árboles con sentimientos, que van más allá de las estructuras que los amenazan, formas que se encuentran en proceso de otras formas, asimismo contemplamos elementos circunstanciales que amenazan la armonía vegetal y animalística.
Constatamos la existencia, por otra parte, de otras formas que son reflejo de un proceso que es reconducido por los parámetros de lo subconsciente.
Emplea elementos oníricos para definir el cambio de estaciones, para anunciarnos el otoño, o bien la denominada escuela de la vida posicionada en el cambio constante de los referentes en los que se asienta.
El movimiento inunda el escenario, buscando la formulación de nuevos elementos, de composiciones que se nutren de sí mismas, que se forman en la memoria, en la persistencia del subconsciente, son como partes de la verdad, universal y particular a la vez, que se van revelando con determinación.
Lo fluido de su obra tiene que ver con sus ideas chamánicas de la existencia. Conecta con el movimiento implícito de su propia idea, que es capaz de transformar la realidad, contenida en la perfección, para nutrirla de nuevas referencias. Conforme cuajan las ideas, elabora una obra en movimiento en la que lo cinético es la normalidad que nutre su estado de gracia.
La naturaleza es la referencia de un mundo que se establece por si mismo, que va más allá de la realidad física, porque cada uno exhibimos una noción de la realidad distinta. Hay tantas realidades como personas en el mundo; lo que ocurre es que unas se dejan llevar por la imaginación para desarrollarlas mucho más, construyendo un código personal, que, aunque posee referencias, tiene la autonomía de quienes van más allá de la propia referencia que les introduce en la creencia de la existencia.
Rolando Tamani elabora una obra pictórica surreal, que conecta con lo delicuescente, contenido en la magmacidad de la vida, en el magma que nos une a todos en la convicción de que somos uno. Pero en el plano físico de la vida terrestre, unidad en diversidad, para entender que, a partir de lo diverso alcanzaremos el gran magma, el uno, que es el vacío y a la vez la nada, y al mismo tiempo el todo. El ser espiritual que habita en nosotros y en todo lo existente que se une fraternamente en una gran pléyade de amor divino.
Por:
JOAN LLUÍS MONTANÉ
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
MADRID - ESPAÑA